Claudia Caballero
Por años he mirado la organización como elemento fundamental para el poder hacer, y sin embargo algo obvio escapaba de mi vista, para hacer se tiene que ser. La manera en la que entrelacemos el ser y el hacer nos llevará a constituir sujetos colectivos autocreadores de sí mismo y de su medio, o a ser estructuras momificadas replicadoras de modelos no satisfactorios.
Una característica fundamental del ser es su inmanencia, no se puede ser sujeto autocreador sólo “por ratos”; debemos vivir en un proceso continuo de creación de la vida social, más allá de los foros, clases o reuniones, en la experiencia concreta de la vida. Pero superar la inercia mental y corporal no es fácil, sobre todo si uno ha vivido de cierta manera: nos adaptamos y adoptamos conductas para sobrevivir. Es nuestra responsabilidad llenar la existencia propia cada vez con más momentos de creación de lo nuevo, en la medida en que transformemos nuestro medio, nos estaremos transformando en una continua autoafirmación vital.
En esos momentos de creación, tendríamos que poder suspender nuestros pensamientos habituales, si dentro de nuestra compleja mente tuviéramos la posibilidad de poner entre paréntesis condicionamientos culturales, si nos quitáramos los lentes con los que solemos ver y nos disponemos a descubrir todo de nuevo…entonces quizá podríamos ser creadores de un pensamiento propio.
Cada vez es más difícil mirar con inocencia. La globalidad que hoy conocemos es aplastante, casi sinónimo de estandarización. El mundo virtual aparece en constante expansión: ideas, imágenes y noticias de todo el mundo que crean a su vez sus propias imágenes y noticias; ante ello el enfoque local se difumina y se pierde la capacidad de reflexión en lo propio, una posible explicación al creciente nihilismo en los jóvenes; poner la mirada en lo masivo, lo distante y lo ajeno, antes que en el propio ser, en lo cercano y en los cercanos, conduce a una pérdida de valores auténticos. Por lo que en los próximos años el mayor reto será generar un pensamiento con visión global, pero que recupere raíces; geográficamente este pensamiento no podrá tener fronteras nacionales, culturalmente no deberá tener razas; quizá sea un pensamiento con lindes ecosistemicos, que surja de la experiencia vivida y sólo, desde ahí globalizarse.
Para que nazca un pensamiento así, habrá que generar la morada: redes de convivencialidad. Muchas pequeñas Escuelitas que doten la dimensión necesaria para que surja lo germinal. Nuestra escala no es la pública, ni la privada, no es el movimiento masivo, ni la estructura familiar, es lo convivencial; es la escala propicia en donde los recursos físicos y relacionales pueden estar disponibles, ya que se encuentran mediados por la confianza y la cercanía.
Re-encantar la vida. Volver lo cotidiano algo extraordinario, es una manera de fortalecerse. Valorizar lo que uno vive momento a momento, se vuelve un acto espiritual, si cada experiencia conscientemente es apreciada como algo único y bello, esa experiencia se consagra. A las fronteras geográficas y de raza ya superadas, se suman los límites religiosos, sublimados ante la estética. Un nuevo rumbo casi inexplorado de la existencia, sería vivir con amor en el arte; para Sócrates la erótica es la destreza de relacionarse con los otros, explorando nuevas dimensiones de lo humano, con imaginación y delicadeza, podemos reinventar el pensamiento para que no sólo comunique ideas, sino que invite a un despertar…
CCB
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