Claudia Caballero
Los excesivos análisis de estos tiempos difíciles plantean una crisis de todo lo que llamamos civilización. Inminente se vuelve cuestionarse sobre el reto de lo humano antes este predicamento; si la crisis involucra múltiples dimensiones (ecológico, económico, ético), la visión para encararla tendrá que ser holística; si amenaza la supervivencia de este mundo, la respuesta tendrá que ser radical en su creatividad y absoluta en la entrega; si ha sido el humano el principal culpable, tendremos que asumir la transformación de ese humano.
El conocimiento que ha prevalecido tiene como objetivo que
el pensamiento controle la naturaleza (biológica, pero también la social), por
lo cual se generó una tecnología dominante, que ha distorsionado el ambiente
del planeta; es evidente, incluso para los científicos más duros que el
desastre ecológico es fruto de ese conocimiento agresivo; en un
enfoque reduccionista en donde los sistemas vivos están constituidos
mecánicamente, (partes interconectadas entre sí en relaciones causales) es posible
arreglar todo lo que se arruina. El conocimiento predominante es utilitarista, fincado en la agresividad y el egoísmo. Completamente opuesto
tendrá que ser el conocimiento que hoy necesitamos generar, un conocimiento que
modifique nuestros valores y conductas, nacido de la humildad ante la
imprevisibilidad del mundo (la complejidad del azar, caos, tiempo y energía),
conformante de una nueva espiritualidad surgida de la conectividad con el
cosmos (física y químicamente estamos constituidos de la misma energía) y de un
respeto y admiración por la creación y constante realización de la vida (los
sistemas autopoieticos, la evolución cooperativa y la reproducción por genes y
memes).
El principal reto es cambiar el modo de pensar predominante:
la conveniencia individual y el utilitarismo en el conocimiento y en las
relaciones. Nos hemos vuelto objetos, vemos en los otros oportunidades para el
éxito, el actuar en cada momento se define por el interés egoísta, más que por
una conducta ética, “en la modernidad liquida, al fin y al cabo, ninguna
actividad digna conserva durante mucho tiempo su dignidad” (Bauman, 2009). Un
pensamiento así considera irracional la entrega y el don, es incapaz de ver a
la persona como un “ser para el otro”. (Lévinas).
Quienes soñamos en la transformación de esta realidad, nos
preguntamos constantemente el camino, muchos ven en la educación el factor
clave, otros dirán la organización, muchas acciones de redes y grupos que están
orientados a lo urgente, garantizar la supervivencia y la defensa de lo vital.
Todo ello es totalmente necesario ante tantos ataques a la dignidad humana.
Algunas propuestas de vida nos han llevado a ver lo pequeño, lo simple y lo
frugal; sin embargo nada de esto ha sido suficiente, vista en su totalidad la
crisis humana es tan compleja que no atinamos a una solución y comúnmente se
replican esquemas y formas de trabajo; abundan las ONG´s, los foros, las redes,
las ferias, convencidos que con mejor organización sacaremos adelante nuestro
proyecto.
Si bien es necesario actuar a distintas escalas: la masiva,
la de protesta, la pública, internacional, en red o la glocal; las nuevas
formas para la realización de la vida (autopoiesis), tendrán que tomar en
cuenta la dimensión más íntima: la existencial. Kierkegaard ya advertía en los
tiempos de la organización proletaria que “En nuestra era el principio de
asociación… es una evasión, una disipación, una ilusión… hasta que el individuo
haya establecido una postura ética a pesar de todo el mundo, hasta entonces
podrá haber una genuina unidad. De otra manera será una unión de personas que
separadamente son débiles.”
Ninguna organización que pretenda cambiar el rumbo de la
sociedad prevalecerá, sino hay un cambio esencial en las personas que la
integran. Aportes de la biología ilustran esa realidad “en la medida que es la
conducta individual de sus miembros lo que define un sistema social como una
sociedad particular, las características de una sociedad sólo pueden cambiar si
cambia la conducta de sus miembros” (Maturana).
Necesitamos una revolución en la vida cotidiana, constante y
profunda, que nos transforme en lo esencial, disolviendo estructuras e
instituciones que han subyugado la libertad real, la capacidad de imaginar y
nuestra necesidad de amar. En un continuo
único, dónde la causa es efecto y viceversa, aquello que anhelamos como utopía
tiene que ser su propio origen. Si añoramos una sociedad de afecto y empatía
¡habrá entonces que liberar esos mismos sentimientos desde lo cotidiano e
íntimo!
CCB
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