viernes, 31 de marzo de 2017

Notas para un intento de relacionarnos afectivamente de manera distinta

Claudia Caballero

 
Felice Casorati "Concierto" 

Autogestión, autonomía, autodeterminación, autopoiesis son palabras que suelen utilizarse indistintamente, porque tienen en común el sentido de unicidad y singularidad de la identidad personal o colectiva. Se trata de la lucha constante por ser auténtico y autorealizarse, lo que Bauman llama el arte de la vida. Frente a la estandarización y mercantilización que ha hecho el capital de la vida, hace falta capacidad de disenso con las instituciones que pretenden perpetuar el capitalismo. Autogestión frente a un sistema de partidos corrupto, autonomía respecto a un mercado injusto, la autodeterminación ante una iglesia dogmática, un sistema de salud represivo o un sistema escolar enajenante. Cada vez existen más propuestas en este sentido como radios comunitarias o por internet, dineros comunitarios y sistemas de multitrueke, círculos de terapias o casas de salud, escuelas alternativas o educación en casa, huertas urbanas o proyectos de producción artesanal, grupos de autodefensas, asambleas comunitarias, etc.

Pero dentro de la creación de una vida autogestiva falta la reflexión sobre un elemento fundamental: las relaciones afectivas. Históricamente el amor ha quedado idealizado por canciones y encapsulado en  instituciones como el matrimonio y la familia. Poco se ha reflexionado como un elemento esencial en las relaciones políticas y económicas, de esta manera queda desvinculada la vida íntima y doméstica con la transformación social y la creación de otros mundos posible. 


Históricamente han existido corrientes que han puesto su atención en la represión sexual, la familia como instrumento para la perpetuación de una sociedad explotadora y capitalista o bien como núcleo generador de malestar. El movimiento feminista en su larga trayectoria, con sus múltiples facetas ha declarado que lo íntimo es político para hablar del malestar afectivo en el que nos encontramos. Ha habido mujeres y hombres valientes que han decidido desmitificar el matrimonio y la familia abiertamente en escritos, conferencias y en su vida personal. Admirables son Ema Goldman, Aleandra Kolontai, Simone de Beavoir, Lou Andreas Salome, Dora Black, Marilyn Ferguson.

Nuestra capacidad de amar está orientada por los roles que asumimos frente a otras personas, estamos condicionados a amar y relacionarnos con las personas de acuerdo a las funciones afectivas que ejercemos para el sistema dominante. Aprendemos como debemos amar a un hijo o hija, cual es la forma correcta de amar a una pareja, a los padres, a los amigos, a los vecinos, etc. Estas formas de amar van configurando nuestra manera de vivir, con quien cohabitamos, con quien dormimos, comemos, trabajamos; a quien ofrecemos tiempo y a quien lo restringimos, a quien cuidamos y de quien nos despreocupamos; de quien esperamos recibir regalos, dones o incluso herencias, etc.  Estos afectos habituados e irreflexivos van configurando una cotidianidad incuestionable, que por lo general ocasiona más malestar que satisfacciones (no profundizaré en los múltiples casos de violencia familiar, los divorcios y separaciones dolorosas, el desentendimiento entre padres e hijos, la neurosis de muchas parejas, la soledad de madres incapaces de trabajar y cuidar de la familia, los hijos educados por las pantallas, los ancianos en soledad, etc.).

Toda institución que busca perpetuar un sistema, se impone impidiendo la diversidad y la disidencia. El modelo de matrimonio como núcleo de la familia que a su vez es núcleo de la sociedad ha impregnado nuestro ser a tal punto que no hemos podido crear modelos alternativos de relaciones afectivas.  La caída del muro de Berlin significó para la sociedad occidental el fin de las grandes utopías; las generaciones que siguieron no soñaban con ser parte del partido comunista, ni con el levantamiento de la clase obrera para conseguir el poder, tampoco pensamos en crear comunas. El triunfo del neoliberalismo fue absoluto, nos asumimos como células consumistas que para garantizar su dependencia al mercado tienen que ser lo suficientemente reducidas, así se adoptó incuestionablemente el esquema de familia nuclear, pareja o individuo.  La libertad se volvió el valor preponderante, la mujer podía acceder al mercado ya sea trabajando o consumiendo, al fin estaba liberada de la esclavitud de la familia gracias a las lavadoras, la comida rápida, los hornos de microondas. Con anticonceptivos podía tener varias parejas sexuales e incluso la posibilidad de decidir no ser madre o madre soltera. Palabras como unión libre aparecieron en formularios de dependencias burocráticas. La diversidad sexual gano terreno reconociendo legalmente el derecho al matrimonio a parejas homosexuales. Las redes sociales virtuales nos permitieron tener 500, 1000 amigos de un solo vistazo en una pantalla, conectándonos y desconectándonos en relaciones intermitente a distancias. Aparentemente hemos llegado a una sociedad de libertad, tolerancia y múltiples posibilidades para generar relaciones afectivas. Pero entonces ¿porque vivimos la soledad como vacío existencial?, ¿porque el amplio desentendimiento entre hombres y mujeres?, ¿porque tanta violencia que se manifiesta en las graves cifras de feminicidios?, porque nos cuesta trabajo amar sin egoísmo y sin poder sobre el otro. 

 Soy parte de un proceso de creación de alternativas al capitalismo, queremos vivir diferente, sin complicidad con la explotación de la naturaleza y los seres que la habitan; dándole sentido a nuestra existencia en un mundo colapsado y rescatando los valores humanos que podrían salvarnos de una catástrofe ecológica. Aprender a vivir juntos, a amarnos generosa y libremente, a ser compañeros de vida es indispensable para frenar la violencia, la guerra, la enajenación de los medios virtuales y del dinero. Es hablar del amor encarnado en relaciones sociales, en la manera en que convivimos diariamente. Por eso me gustaría provocar la reflexión a imaginar distintas formas de relacionarnos afectivamente.

Galeano dice que la utopía nos sirve para caminar. Más que un nuevo modelo de relaciones que presuma ser mejor de lo que hoy tenemos, creo que hay que esbozar elementos  que nos pueden ayudar a imaginar y comenzar a vivir otras formas de relacionarnos afectivamente:

  • ·         Reconocer que cada relación afectiva es singular y única, en donde estarán presentes en distinto grado componentes eróticos, de sororidad, complicidad, intimidad, cuidado, etc.  De los modeladoras relaciones de esposos o padres pasamos a una complejidad de relaciones afectivas que nos harán ver más auténticamente a cada ser, comprenderlo y aumentar la empatía.
  • ·         El sistema dominante nos ha enseñado a amar lo que es nuestro, pervirtiendo el amor con la propiedad privada, ejemplos hay muchos desde bienes materiales como casas o coches hasta personas como hijos o parejas. Superar la privacidad del amor es expandirlo.
  • ·         El amor por principio tiene que ser libre, pero que gran confusión cuando la libertad se asocia con descuido y despreocupación. Hace falta entablar compromiso con los otros, que no sean represivos, ni restringidos, sino que surjan de la voluntad y afecto perdurable.
  • ·         Abrir la intimidad. El pudor excesivo, la vergüenza moral nos aíslan al desdoblarnos en personas para otros y personas para sí mismos. El miedo a ser juzgados a no ser entendidos, al reproche social nos hace tener reservas en la comunicación con los demás y a vivir amistades superficiales o incompletas.
  • ·         Disposición para resolver los problemas personales en compañía de los otros. Cuidado de los niños, ayuda con enfermedades físicas o emocionales, compartir espacios de vida doméstica como la comida, el descanso, el arreglo del hogar y las labores domésticas.

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